sábado, 20 de julio de 2013

Charlas de mayores

Ayer estuve cenando con dos amigos de edades similares a la mía (47 años)  a los que veo poco y, como es normal, nos interpelamos acerca de nuestras respectivas saludes (¡qué rara queda esta palabra en plural!). Fue simpático comprobar que los tres tomamos diariamente alguna, o algunas, pastillas recomendadas por nuestros respectivos médicos. Esta es una característica típica de los que ya tenemos cierta edad que, unida a la de usar "gafas para cerca" nos recuerda lo cerca que andamos de la senectud.

Eso sí, el concepto que tenemos de nosotros mismos no puede ser mejor.  Para confirmarlo, Fernando (uno de los comensales) nos enseñó una foto del grupo de antiguos compañeros de su colegio en una reunión que tuvieron hace poco, y nos pareció que estaban mucho peor conservados que nosotros. Me gustaría saber lo que pensarían ellos si vieran nuestra arrugada faz ...
Hoy, tras dar mi vuelta al Anillo Verde Ciclista de Madrid, mientras estiraba mis piernas en las espalderas de un parque cercano a casa, se ha acercado otro bicicletero bajito y sonriente a hacer lo mismo que yo. Mientras ponía mi pierna izquierda en el travesaño que rebasaba la cima de mi calva, el otro, mirándome con admiración, decía "ahí no llego yo". A lo que repuse "yo tengo ventaja porque mi pierna sale de más arriba" (haciendo referencia a mi superior estatura y a su pequeñez). Él dijo entonces algo como "con lo que me pasó hace cuatro años, demasiado bien estiro la pierna".
Ahí estaba yo una vez más dispuesto a compartir una conversación sobre achaques con.  Le tiré de la lengua y me contó que, cuando tenía 52 años,  había tenido un ictus isquémico que lo dejó sin movilidad de toda la parte izquierda del cuerpo, con pérdidas de memoria y con dificultad para hablar. Yo aproveché para contarle mi reciente episodio que, al lado del suyo, era una tontería absoluta.
Hasta los médicos le decían que tendría que acostumbrarse a la falta de movilidad de su brazo, pierna y cara porque era imposible recuperarse, pero él no se resignó y se esforzó hasta que, como he comprobado hoy recuperó la movilidad lo suficiente como para andar aceptablemente (incluso pedalear) y mover el brazo con bastante soltura. Lo de hablar lo hacía sin problemas (tenía más rollo que una tomatera). Él sigue haciendo ejercicio y mejorando día a día. Mucho mejor eso que resignarse a creer que los nefastos augurios que le dieron algunos médicos eran una predicción fiable y haberse quedado sentado en una silla para toda la vida.
 Tras una larga conversación nos hemos despedido como buenos amigos llamándonos por nuestros nombres: "adiós Manuel", "hasta la vista Pablete" (creo que le he dado demasiadas confianzas a Manuel, pero no me importa porque llevo torta).
Tras la experiencia de hoy, reconozco que hablar de mis males con la gente mayor (a los de mi quinta ¡para qué vamos a decir otra cosa!) me está empezando a gustar. Es gratificante escuchar historias de recuperaciones aparentemente milagrosas ( si atendemos a las previsiones de algunos médicos).
Creo que durante estas vacaciones voy a aprovechar para ir a los centros comerciales a sentarme con los vejetes en los bancos de los pasillos y, además de gozar con la visión de las mujeres atractivas, me divertiré comentando con ellos mis achaques y, si se tercia, intercambiando con ellos pastillas, seguro que así pasaremos un rato "flipante".