sábado, 27 de septiembre de 2008

Disertaciones laborales


Ayer estuvimos intentando organizarnos, laboralmente hablando, y tratamos del tema de las planificaciones de los proyectos y el seguimiento de los mismos. Yo, que soy un necio integral, sé que no queda más remedio que hacer una previsión de lo que se tardará en hacer las distintas cosas que nos encargan en función de quién vaya a hacerlas y la prisa que corra su implantación. También sé que una cosa es hacer una previsión y otra diferente remangarse y poner manos a la obra. Esto lo sabe todo el mundo, pero a algunos les toca simular que no lo saben o, mejor dicho, que no es así, que las previsiones “van a misa” y tienen que coincidir con la realidad.

Yo, cuando me toca, hago planificaciones y previsiones varias, pero en el momento de decir a alguien lo que tiene que hacer, casi nunca le informo del tiempo que tiene para ello. ¿Y por qué no doy esa información? –se preguntará alguno- Pues porque no debería ser necesaria. Según yo creo, cuando una persona trabaja sus ocho horas (o las que estén estipuladas en su contrato), cuando tiene una tarea que realizar, tendrá que dedicarse a ella durante el tiempo de su jornada laboral y, si no es un jeta que toma cinco cafés, fuma diez cigarros, mea veinte veces y depone otras tantas (sin contar los paseos que pueda darse por los pasillos con papeles bajo en brazo y a paso legionario para mostrar su gran profesionalidad), si la persona no es así -decía- no es necesario informar de qué meta temporal tiene que cumplir porque nadie tiene derecho a planificar un trabajo contando con que quien lo tiene que hacer deba pasarse más de ocho horas diarias (seis y pico, porque siempre hay que tomarse algún respiro o atender imprevistos) dedicado a ello.

Otra razón para no tener muy presentes las fechas límite de las tareas es que, cuando a algún gran líder, Don Antonio, por ejemplo, se le antoja (por razones de gran peso estratégico, claro está), desbarata cualquier planificación señalando con el dedo a una persona (“recurso” en su jerga) para apartarlo de su labor actual y llevarlo a donde él decide (tras muchas trascendentales cavilaciones en el retrete). Cuando se le dice que esa persona está desarrollando trabajando en algo que tiene que estar finalizado en 1 de octubre, él dice con gran seguridad que su trabajo lo podrá asumir sin problemas la otra persona con la que estaba haciendo su trabajo y que, como mucho, el mes de trabajo del que sale del proyecto, lo tendrá que absorber el otro miembro del grupo con una semana más de trabajo. Para Don Antonio un mes de su escogido es equivalente a una semana de aquel al que no ha elegido. Cualquiera podría pensar que esto indica que nuestro gran líder piensa que su trabajador estrella es bastante más tonto que el otro, porque pretende que un mes de trabajo de uno sea absorbido por una semana del otro, pero no, Don Antonio no piensa eso ni es tonto, él sabe que las planificaciones no valen para nada y por eso se las pasa por sitios innombrables y hace lo que le da la gana. Don Antonio es listo, por algo ha llegado tan lejos.

Si las cosas son como yo pienso, me gustaría que alguien me dijese qué aporta el conocimiento de que un trabajo determinado tiene que estar terminado el día 23 de Octubre. A mí, cuando me dicen que me ponga a partir de una fecha determinada a desarrollar un trabajo, ese día, o antes si es que la situación lo permite, me pongo con ello sin prisa, pero sin pausa, intentando hacer mi trabajo lo mejor que puedo, de modo que si tardo menos de lo planificado, esa alegría que me llevaré yo y ese gozo que tendrán mis jefes, y si tardo más, ya sea por inutilidad o ignorancia mías, o porque la tarea estaba mal dimensionada, o a causa de problemas imprevistos que surjan por el camino, no se llegará a la fecha prevista y habrá que justificar el retraso, cosa que, si yo no he estado vagueando ni dedicado a otras tareas, podrá hacerse sin problemas (o con pocos).

Supongo que el control de tiempos en cualquier tipo de proyecto (no tiene por qué ser una tarea informática), es necesario porque hay demasiado caradura por el mundo, porque la responsabilidad profesional es escasa en mucha gente. Yo he conocido,y conozco a gente (no sabría decir si son mayoría) que se pasa el día diciendo lo liadísimos que están y resoplando por la dureza de su trabajo que, básicamente, consiste en masajearse el escroto (o lo que tengan en esa zona central del cuerpo) a dos manos y en esquivar a cualquiera que les parezca que llega con intención de asignarles alguna tarea menos gratificante que el masaje genital. Como suele ocurrir, gracias a unos cuantos malos profesionales se acaban imponiendo normas de control que, para otros muchos son inútiles o, peor aún, contraproducentes y molestas.

Si yo estoy trabajando durante casi toda mi jornada laboral (alguna escapada al excusado y alguna conversación estulta con mis compañeros son necesarias para mantener la alegría en el trabajo), andar pensando en el tiempo que me queda para llevar a cabo una tarea que estoy haciendo lo más rápidamente que puedo, no me sirve de nada o, como mucho, puede servirme para que aturullarme pensando que no llegaré a la meta por mucho que me esfuerce o, si voy sobrado, para que me dedique a perder el tiempo como un campeón aprovechando del exceso de tiempo que me han asignado para una tarea simple.

Este problema, como tantos otros, surge porque pretendemos tratar a todo el mundo del mismo modo, pero cada cual es diferente y requiere que, para sacar lo mejor de él, se le trate del modo más adecuado. Si uno es un cara, habrá que controlarle, y si demuestra que es de confianza, habrá que liberarle de controles que no necesita.

Mi conclusión es tan bonita como ingenua, porque para tratar a cada cual del modo que necesita, se requiere hacer el esfuerzo de conocerlo, y eso cuesta trabajo o es imposible (hay gente muy hábil en parecer lo que no es), así que me temo que todo este discurso mío sólo ha servido para pasar el rato y actualizar mi blog, que falta hacía.

sábado, 13 de septiembre de 2008

¿Qué hacemos con el CGPJ?

Parece que hay poca gente a la que le guste la nueva composición del CGPJ porque cada partido ha elegido, según cuentan, a gente de su cuerda que, presumiblemente, actuará a favor de los intereses del partido que lo ha elegido. La verdad es que no entiendo por qué hay tanta gente escandalizada por esto. Si el método de elección de ese consejo es el que es, me temo que no tiene sentido pedir que los que lo eligen, se decanten por personas que tengan ideas diferentes de las que defienden ellos mismos. Tal vez lo absurdo sea el sistema de designación. Pero si ese sistema de elección no es bueno porque mediatiza el poder judicial al poder legislativo ¿de qué otro modo se podría hacer la cosa? ¿Haciendo un referéndum nacional? ¿Convocando oposiciones a esos puestos?

Si se convocasen elecciones para que “la ciudadanía” eligiese a los jueces, me temo que la composición del CGPJ sería básicamente la misma que tiene ahora porque cada persona votaría, probablemente, a los jueces que sus carismáticos líderes políticos les recomendasen. Por tanto me temo que con este método no cambiaría nada. ¡DESESTIMADO!

Lo de acceder a las vocalías del CGPJ mediante oposición podría ser más interesante, pero requeriría un esfuerzo que no tengo claro que muchos de los altos cargos de la judicatura quisieran realizar. Lo que sí podría ocurrir es que algún mindundi recién salido de la universidad, acostumbrado a estudiar día y noche, se alzase con alguna de esas importantes plazas y desbancase a egregios juristas apoltronados y con pocas ganas de memorizar los infumables rollos que suele ser necesario interiorizar para aprobar unas oposiciones. De todos modos, supongo que como requisito para presentarse a esas supuestas oposiciones, se pediría ostentar ya algún cargo relevante en la Administración de Justicia y así se evitaría que un pobre diablo pusiese en evidencia a algún que otro gran hombre de la Justicia.

Sea como fuere, dudo que los políticos, que son los que hacen las leyes, vayan a cambiar una norma que les conviene (la que les permite elegir a los vocales del CGPJ) por otra que no sería tan interesante para ellos (hacer que se llegase a esos puestos por oposición), así que este debate es tan estéril como absurdo, es decir, perfecto para este blog.
Y ahora, si queréis, podemos hablar de ese juez con halitosis al que han sancionado últimamente por su falta de higiene.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Curiosidad y morbo

Esta mañana, mientras me afeitaba el cráneo, estaba escuchando el programa de Isabel Gemio en Onda Cero, Te doy mi palabra, y debatían sobre si era bueno que los medios de comunicación mostrasen imágenes desagradables de catástrofes (atentados, guerras, hambrunas, terremotos, etc.). Obviamente no se ha llegado a ningún consenso porque las cosas no son tan sencillas como para catalogarlas en buenas y malas con total nitidez.

Hay quien dice que es bueno mostrar ciertas cosas para que nos enteremos de verdad de la gravedad de ciertas cosas, otros dicen que no es necesario mostrar tan descarnadamente cosas que ya sabemos que son así. Supongo que habrá quien muestre cadáveres destrozados, niños que sólo tienen pellejo sobre sus huesos o personas heridas cubiertas de sangre para hacernos pensar sobre la gravedad de ciertos acontecimientos, pero también pienso que estas imágenes se utilizan para atraer a las personas que, como yo, sentimos curiosidad por ver lo que no vemos habitualmente, por suerte, al salir a la calle.

Es demasiado fácil atraer la curiosidad de la gente con cosas de este tipo. Reconozco que no es ninguna virtud el ser tan cotilla y que, probablemente, no aporta nada bueno desviar la mirada a cada cosa extraña que se presenta ante nuestros ojos. Esa curiosidad puede ser muy peligrosa, por ejemplo, en los accidentes de carretera. A saber cuántos accidentes han sido provocados por el hecho de desviar la mirada para curiosear al ver otro accidente en el carril contrario.

Es cierto que en los medios de comunicación se aprovechan muy bien de la naturaleza curiosona de muchos de nosotros para atraernos con esas imágenes o historias truculentas. El problema que veo a esto es el del dolor que se puede causar a las personas implicadas en los sucesos en los que tanto se regodean los informadores (problema que no es pequeño), y tal vez sea eso lo que debería servir para poner un límite a este tipo de informaciones. Lo que no tengo claro es cómo se puede poner ese límite ¿En tiempo dedicado a la información? ¿En nitidez de las imágenes mostradas? ¿Deberían prohibirse esas imágenes? No lo sé.

Sea como fuere, cuando oigo a algunas personas hablar sobre estos temas y decir que en cuanto ven en la tele alguna imagen truculenta, cambian de canal, no sé si creerles o si pensar que lo dicen para quedar bien ante el foro para el que hablan. Yo, si estoy acompañado, es probable que, por respeto a quienes me acompañan o por miedo a que piensen que soy un degenerado, cambiase de canal para que no se hiriesen sensibilidades o para mantener intacta mi fama de hombre decente, pero si estoy yo solo frente a la televisión, os garantizo que mi dedo se alejaría del botón de “zapeo” en cuanto me avisasen de que en breves instantes se mostrarían imágenes duras.

Hace bastantes años había un programa del Doctor Beltrán (creo que así se llama el insigne médico) en el que se mostraban vídeos de operaciones quirúrgicas. Lo ponían a horas tan intempestivas que sólo vi uno de ellos (una operación en la que cortaban la piel del paciente a la altura del cuello y le levantaban la “careta” para hacer algo en la garganta), recuerdo que estuve revolviéndome en el sofá todo el rato, pero mi curiosidad pudo más que mi repugnancia, y pude ver todo el vídeo sin desmayarme. ¿Soy un degenerado por esto? A lo mejor sí, así que espero vuestros comentarios insultantes si creéis que los merezco.