viernes, 27 de junio de 2008

Debates de ascensor

¿A qué piso va?... Pues sí, pues sí… Parece que hace calor.

Como no sabía sobre qué hablar, he decidido transcribir una de esas conversaciones de ascensor tan socorridas para estas situaciones de vacío intelectual. Hablando de vacíos intelectuales, no sé por qué razón, me viene a la mente Bibiana Aído ¿será que soy un machista, fascista, leninista? La dejaremos tranquila, que a la pobre ya se encargan otros de echarle broncas por hacer su trabajo. Después de todo ¿qué se espera que haga al frente de un ministerio tan tonto como el que le han dado?

Y ahora cambiaré de tema para hablar del bello deporte del balompié, deporte por el que jamás he sentido el más mínimo interés pero que, dado el éxito que la selección española está teniendo en la Eurocopa, está suscitando en mí cierto gozo por ver cómo meten goles nuestros aguerridos jugadores. Lo de aguerridos lo he escrito porque quedaba bien, pero la verdad es que con esos peinados estilo Príncipe de Beukelaer que llevan algunos, se parecen más a Ken (el novio de Barbie) que a otra cosa.

Pese a mi ligera afición futbolera de estos días, no llego al extremo de ir a trabajar con la camiseta de la selección como hicieron unos compañeros míos. Cierto es que son bastante jóvenes (no obstante alguno pasa ya de los treinta y tantos) y que han formado una pandilla bien cohesionada, y ya se sabe que donde se juntan más de tres para hacer el bobo, el pudor queda condenado al ostracismo.

Vi ayer que sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias asistieron al partido de las semifinales con ropas discretas y sin haberse enfundado una camiseta roja o un chándal como el de Luis Aragonés ¿Querrá eso decir que no apoyan a nuestra selección con la intesidad debida? Espero que no. También andaba por allí la Vicepresidenta de la Vega que, para celebrar los goles, se levantaba alegre e iba a dar besos a todos los grandes personajes que estaban en el palco, incluidos los príncipes. ¡Qué bonita es la amistad que fomenta el deporte de élite!

Lo que no es tan bonito es ver cómo algunas pandas de energúmenos se dedican a celebrar la victoria de su equipo lanzando sillas, o lo que encuentran al alcance de sus putrefactas manos, a cualquiera que se encuentre frente a ellos. Yo diría que les daría igual que al otro lado estuviesen sus padres, ellos lanzarían sus proyectiles igualmente ¡VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN!

Pues nada, a ver si gana España y así, durante un par de días, tenemos algo diferente que decir a los vecinos en el ascensor.

sábado, 14 de junio de 2008

¿Madurez democrática? ¡Ja, ja, ja!

Esta semana que finaliza ha estado protagonizada por la huelga de los camioneros (también por la introducción del nuevo vocablo “miembra” en el repertorio de palabras populares, pero eso lo dejo para otra ocasión). Yo pude “disfrutar” del taponamiento de la A-1 el lunes. Tenía que ir a un curso en Alcobendas y, tras dar unas cuantas vueltas buscando un sitio por el que poder meter mi coche en esa carretera, una serie de afortunados errores me permitieron llegar a la estación de Metro de Las Tablas. Allí aparqué mi bólido y conseguí llegar a mi destino con eficacia.

Al salir del suburbano vi que las calles estaban tomadas por agentes de la Policía Local y Nacional. Yo aún no sabía cuál era el motivo de los atascos y, al ver tantos defensores de la ley por la calle, pensé que habría alguna personalidad por los alrededores. Cuando llegué a mi destino e intenté acceder a los dominios de la empresa en la que se impartía el curso, Indra, vi con asombro que Su Majestad Don Juan Carlos I estaba saludando al regio modo a los empleados de tan magna empresa, que se agolpaban en las ventanas, para despedirse tras la visita que, para celebrar los 15 años de existencia de la multinacional española.

Despidiendo al Rey había también una melé de gente conocida (políticos y empresarios) entre los que acerté a identificar a Miguel Sebastián (ministro de no-sé-qué) y a Florentino Pérez (empresario de no-sé-cuántos).

Al ver ese despliegue de necios de alto rango por allí, pensé que ellos eran los culpables del tremendo tapón de la carretera, así que mi mente comenzó a cagarse en toda esa patulea de señoritos por hacernos la vida más difícil con sus tontos actos sociales.

Cuando pude acceder al aula (tras un rato deambulando de puerta en puerta), me enteré por mis compañeros de que había un montón de camiones que, en lugar de quedarse en casa sin trabajar para ejercer su derecho a la huelga, habían decidido salir a aparcar sus monstruos de acero en medio de la autovía, consiguiendo que miles de personas no pudiesen llegar a sus puestos de trabajo o, lo que es peor, a sus casas, en un tiempo razonable.

A esa gentuza que piensa que sus problemas son los más graves del mundo y que no hay nadie que sufra más que ellos, desde este humilde blog les digo que se vayan a la mierda, que les den morcilla y que son unos delincuentes de alto nivel.

No se puede tener a media España en jaque porque el gasóleo haya subido una barbaridad. ¿Es que no ha subido para todos? ¿Acaso yo no gasto combustible para ir a trabajar? ¿No se elevan los precios de las cosas a causa de esa subida? ¿No nos afectan esos precios a todos? ¿Sólo los camioneros, pescadores y agricultores merecen ayudas? ¿Es que el resto de la gente no tiene problemas?

Sé que los seres humanos somos especialistas en mirarnos el ombligo (yo soy un claro ejemplo de ello), pero no estaría mal que, de vez en cuando, levantásemos la cabeza un poco y echásemos un vistazo a nuestro alrededor para ver que siempre hay quien está peor (bueno, casi siempre).

Cuando los huelguistas salvajes se ensañan con quienes, ejerciendo su derecho, no secundan la huelga, me pregunto dónde está esa madurez democrática de la que tanto se habla y que tanto cacarean políticos y periodistas para adular a la necia masa popular (no me refiero en este caso a la del partido con ese nombre). Aquí nos mola la democracia y la libertad cuando la mayoría está con nosotros, si no, nos pasamos ambas cosas por ciertas partes de nuestro cuerpo que, a pesar de ser consideradas innobles, tienen mucha más nobleza que los corazones de algunos de esos “demócratas” huelguistas.

viernes, 6 de junio de 2008

Televendedores

Esta tarde me disponía a salir de casa para hacer un recado cuando he recibido una llamada del número 4408. Al verlo he sospechado que, al descolgar, alguien me intentaría convencer para contratar algún producto telefónico. He estado tentado de ignorar la llamada, pero mi naturaleza cotilla ha podido más que mi razón (la poca que tengo), así que he pulsado el botón verde y he puesto el teléfono en mi oreja derecha.

Tras mi saludo inicial no he oído a nadie responder, lo que me ha confirmado que era una de esas llamadas que se hacen automáticamente y, si el tonto de turno descuelga (en este caso, yo), el televendedor acude presuroso, pero nunca a tiempo, a atender el segundo o tercer saludo del incauto cliente potencial.

En cuanto la vendedora ha comenzado a hablar, he podido oír una retahíla incomprensible en la que me ha dicho algo así como que llamaba de Movistar y ha leído las cifras de mi teléfono, de una en una, para confirmar si era el mío. No sé si os pasa a vosotros, pero yo tengo la costumbre de decir mi teléfono agrupando cifras, de modo que cuando me lo recitan de un modo diferente a como yo me lo he aprendido, me cuesta identificarlo. El caso es que me ha parecido que la ristra numérica que ha pronunciado a toda velocidad, era el mío. He dicho que, en efecto, era mi teléfono, y acto seguido, siguiendo con el mismo ímpetu, me ha preguntado algo de lo que sólo he entendido las palabras “identificar”, “nombre” y “por favor”. He supuesto que quería que le dijese mi nombre completo (con apellidos y todo) para identificarme, a lo que he argumentado que no sabía por qué razón tenía que dar esos datos a alguien cuya verdadera identidad desconocía. Ella me ha dicho, con un tono un tanto crispado, que sólo quería era mi nombre (sin apellidos) para poder dirigirse a mí utilizándolo. Le he pedido disculpas diciéndole que le había entendido mal, y ella ha comenzado con el rollo comercial pero, eso sí, insertando al principio un elegante “Don Pablo” (me ha dado vergüenza decir que me llamo Meteorismo).

Entre la nueva avalancha de palabras he conseguido entender “contrato” y, con la máxima cortesía de la que he sido capaz, he interrumpido su “speech” para decirle que, no me interesa tener contrato alguno de telefonía móvil y que, para no hacerle perder el tiempo, podíamos dejar ahí la conversación. Ella me ha dicho, nuevamente con cierto tono arisco, que cómo podía saber que no me interesaba una oferta que aún no había escuchado. Yo le he respondido que, sencillamente, prefiero seguir con mi tarjeta prepago que no me obliga a nada y que recargo cuando quiero y utilizo cuando me place. Le he dicho que me da igual el hecho de que, probablemente, esté perdiendo dinero con esta modalidad telefónica, pero que no quiero atarme a ningún contrato. Creo que he sido bastante claro y, sobre todo, correcto en mi exposición (también rápida). Pero la pertinaz operaria seguía en sus trece intentando hacerme ver, cada vez más enfadada, que era absurdo tomar esa decisión sin saber lo que iba a ofrecerme. Básicamente me ha llamado tonto en mis narices, cosa que no me importaría si me lo dijese alguien simpático, pero no tolero que alguien que aún no sabe lo memo que soy, se atreva a aventurar tal cosa.

Le he hecho saber que detectaba enfado en su forma de hablar y, para zanjar tan tonta conversación, le he dicho algo parecido a esto:

- Se está poniendo usted bastante farruquita conmigo, así que creo que es el momento de terminar esta conversación. Muchas gracias y buenas tardes.

Ella se ha despedido con corrección y con la crispación a niveles parecidos a los que el PP introdujo (según muchos) en la vida política durante la pasada legislatura.

Tengo que reconocer que esta absurda pelea me ha hecho sentirme mal. ¿Acaso flagelan a los televendedores cuando no consiguen que su interlocutor escuche sus ofertas? ¿Es que les pagan un millón de euros por cada persona que escucha todo el acelerado rollo que tienen que soltar? ¿No se dan cuenta de que para ser buen vendedor hay que ser extremadamente amable? ¿Nadie les ha dicho que si sueltan veinte palabras por segundo no hay quien entienda nada?

Lo peor de todo esto es que, con alta probabilidad, el modo de trabajo de la locutora que me ha llamado, sigue unas pautas “científicamente” obtenidas y con las que está “demostrada” una máxima eficacia de ventas.

¡VIVA LA TELEVENTA!
¡VIVA LA TELEBASURA!

¿Alguien sabe si, finalmente, los Miami, pegaron a Cantizano?